Monasterio de San Paio

El Monasterio de San Paio de Antealtares, que en su lateral este asoma 48 ventanas a la Praza da Quintana, se construye en los siglos XVII y XVIII. Sin embargo, está edificado sobre un templo anterior destinado a custodiar los restos del Apóstol. Ocupado hoy por monjas benedictinas en régimen de clausura, es un enorme rectángulo de sillares y rejas. En el Convento se ubica el Museo de Arte Sacro. Las fachadas del Monasterio se deben a Melchor de Velasco. Los trabajos se comenzaron en 1.658 y se prosiguen en 1.660, después de un inmenso incendio que destruyó todo cuanto se había hecho. La iglesia de San Paio de Antealtares, comenzada en 1.700, bajo las trazas clasicistas de Fray Gabriel Casas fue consagrada en 1.707. El arquitecto Pedro García se encargaría de rematar las obras. Esta iglesia es de planta de cruz griega con un alzado clásico. Dentro de la Hornacina, hay una curiosa imagen que representa a San Paio, que viste a la moda de comienzos del siglo XVIII. En su interior se pueden los cánticos de las monjas en maitines y vísperas.

La monja de San Paio

Contaban los mayores y lo recogió Valentín Lamas Carbajal en 1.930 que un peregrino que venia haciendo el camino a Compostela le cogió la noche, era una noche de tormenta por lo que llamó a una casa para pedir cobijo, le abrió la puerta el dueño y su hija y como buenos samaritanos dieron comida y posada al caminante. La hija era muy bella y pronto el peregrino quedó prendado de su belleza y ella, moza joven, y le correspondió y estuvieron viéndose una temporada a escondidas de su padre. Pero un día Aurea María, que así se llamaba la joven, dice a su amado “tenemos que separarnos”... “ Mi padre está decidido a que yo vaya a un convento”. Su amado, D. Luis Vargas intenta por todos los medios persuadirla, pero ella como buena hija no quería defraudar a su padre, que viéndose ya viejo, temía por el porvenir de su hija.

De San Martín Pinario llegó el monje Fray Jesús Sagunto, habló con la doncella y le dijo “ Tu buen padre está muriendo y tú eres de su muerte responsable. Tú sabes que está padeciendo un horrible martirio por no verte alejada del mundo, y de tal modo aceleras las horas de su muerte; tú pudieras evitarlo todo con hacer un pequeño sacrificio (si tal fuere) de entrar en un convento. Arrojas al precipicio al mismo padre que te dio el alimento”. De esta manera, Aurea, se mostraba dispuesta a profesar los hábitos por no disgustar a su padre. Don Clemente, que así se llamaba su padre, quedó tranquilo y satisfecho por la decisión que había tomado su hija. Entró en el convento de clausura como novicia, cambió su nombre por el de Sor María de las Angustias y así fue mal pasando el tiempo, poco a poco. Pero el amor es fuerte y en su interior despiertan los recuerdos y la ansiedad de la pasión primera, pero aún así toma los hábitos, renunciando de esta manera al mundo. D. Luis Vargas nunca la olvidó todos los días durante un año preguntaba por ella, del torno a la portería, la respuesta era siempre la misma “Está rezando hermano, es tarde y ya no puede ser”. Cansado ya de negativas intentó vivir y gozar de la vida, pero sólo pudo ser durante un año pero nuevamente Aurea María copaba sus pensamientos. Pensó un plan para llevarla con él, para raptarla del convento, estando próximo el día de Santiago se disfrazó de peregrino y llamó al convento pidiendo verla para darle nuevas de su padre, nadie desconfía de un peregrino y así fue que la vio y habló con ella sin darse a conocer, así supo que todavía se amaban. Así que empezó a tramar un plan en el que contó con dos mendigos, Tulleitiño y Juanillo que tenían entrada en el convento y que le entregaban cartas y hasta una lima a Aurea María le entregaron para limar los barrotes de la reja de una de las ventanas. Serían ellos mismos los que la esperasen en su huída y los encargados de llevarla al galope a Pontevedra. Y se fijo el día fue el 12 de mayo y sería a las dos y media de la madrugada. Sor María esperó en su celda a que fuese la hora y cuando llegó el momento fue hasta los pies de la reja de endurecido hierro que había pasado un año limando. Temblorosa y emocionada, ató una cuerda a la reja y convencida de que estaba firme, la deja caer hacia el exterior, se sube al antepecho y baja agarrada a la débil cuerda, su amante la esperaba abajo viendo cómo estaba suspendida en el aire. De repente falla la cuerda y se precipita al vacío, la monja exhala un grito desgarrador, cayendo, choca contra el suelo de piedra produciendo un rumor seco. El joven, atónito y confuso, cree que está soñando y duda de lo que está viendo pero pronto se da cuenta de que su amada está a sus pies en medio de un gran charco de sangre, está muerta. El terror lo paraliza y es incapaz de moverse y, sumido en un desmayo, agarrado por los dos mendigos, huyen los tres. La escena era triste, la monja se encuentra sola, tendida en el suelo, en la última convulsión, bajo la acción del espíritu vuelve sus ojos al cielo y lleva sus manos al corazón como implorando un perdón. Es de suponer que por ese gesto en el momento de su muerte, le fueron perdonadas sus ofensas y su alma acogida en el cielo.