Convento de San Francisco

La iglesia convento de San Francisco rememora la peregrinación de San Francisco de Asis a Santiago allá por el año 1213, 1215. Fue construido fuera de las murallas medievales de la ciudad en el período gótico. De aquella época sólo restan en pie varios arcos del primitivo claustro. La reforma del monasterio, se completó con la construcción del monumental templo de San Francisco a mediados del siglo XVIII, con proyecto de 1741 y dirección de obra de Simón Rodríguez, uno de los más importantes artistas del barroco gallego. La airada denuncia de los benedictinos de San Martín Pinario por el voluminoso tamaño de la obra, obligó a rebajar el terreno del nuevo templo, proyectado con planta rectangular, una alta nave central abovedada en cañón y cúpula en el crucero.

En el siglo XIX, Melchor de Prado le adosó a la fachada una estructura neoclásica. Actualmente el monasterio alberga el museo de Tierra Santa.

Resulta curioso que la misma airada protesta que protagonizaron los benedictinos de San Martín Pinario por la altura del convento de San Francisco, la protagonizó el arzobispo de Compostela cuando ésos estaban levantando San Martín Pinario, el motivo, exactamente el mismo. Ningún edificio podría superar en altura a la catedral de Compostela. La solución adoptada, la misma, los bendictinos de San Martín Pinario hicieron escavar el terreno y edificaron desde más baja altura, si pasamos por la puerta de la iglesia veremos que está por debajo del nivel del terreno. Hay que aprovechar las soluciones aplicadas por los demás y, el arquitecto Simón Rodríguez, lo hizo.

La leyenda de COTOLAY

San Francisco, al llegar a Compostela, se instaló en una ermita dedicada a San Paio, que se encontraba a la vera del monte Pedroso y que, muy cerca de tenía su cabaña un pobre carbonero llamado Cotolay, que, de la llegada del santo, se convirtió en su más devoto seguidor.

Cierto día, San Francisco, mientras contemplaba al carbonero hacer el foso para enterrar los troncos que se habrían de convertir en carbones, le comentó que había tenido una visión en la que Santiago en persona le había sugerido la conveniencia de fundar un convento en Compostela y la posibilidad de que el mismo Cotolay se encargase de levantarlo. El carbonero se encogió de hombros.

-Padre Francisco, si ni siquiera saco para vivir, ¿de dónde habría de sacar para levantar una casa, por humilde que fuera?.

El santo hizo como que no lo escuchaba. Le pidió que acompañara a la ciudad y, una vez allí, comenzó a buscar un lugar apropiado y lo halló en un terreno que la gente llamaba Val do inferno, que era propiedad de los monjes del monasterio de Martín Pinario. Sin pensarlo dos veces, acudió al abad, le expuso sus intenciones y obtuvo la cesión de aquel espacio a cambio , un cesto de peces al año, tributo que se pagó hasta el siglo XVIII.

-Ya tenemos el sitio. Ahora no falta mas que levantarlo. De eso te vas a encargar tú.

-De veras, padre, que no sé cómo.

-Yo tampoco. Pero ve a esa fuente que nos nutre de agua y cava a su lado.

Así lo hizo el bueno de Cotolay, confiado en todo cuanto sugiriera el maestro. Los primeros intentos resultaron vanos pero, cuando llevaba cavando varios metros sin rechistar y sin dudar un solo instante de lo que el santo le había dicho que hiciera, notó algo duro, lo sacó y se encontró con un cofre, al abrirlo, resultó estar lleno de oro y piedras preciosas.

-Ea, ya tenemos los fondos. Adminístralos convenientemente y tendremos convento para nuestros hermanos.

San Francisco se marchó de Compostela, pero Cotolay cumplió con creces su deseo y no sólo levantó el convento, sino pudo seguir viviendo de lo que sobró y hasta llegó a ser regidor de la ciudad. Se asegura que murió en 1238 y fue enterrado iglesia de los franciscanos, como cuenta una lápida allí existente.